lunes, 14 de febrero de 2011

El gran Gatsby

 Había pasado, visiblemente, por dos estados, y entraba ahora en un tercero. Tras la confusion e irrazonado gozo, me sentía consumido de admirativa placidez ante la amada presencia. Alimenté este sueño durante tanto tiempo, soñé tanto en ella, esperando con los dientes apretados, por así decirlo, bajo un inconcebible grado de intensidad... Al reaccionar ahora, corría como un reloj con demasiada cuerda. Pero soy lento en el pensar, estoy lleno de normas interiores que actúan como frenos sobre mis deseos.



Treinta años... Promesa de una década de soledad, una lista más reducida de amigos solteros, una cartera cada vez más delgada, indicios de calvicie... Su pálido rostro se apoyó perezosamente sobre mi hombro, y el formidable tañido de los 30 años se apagó a la tranquilizadora presión de su mano. Comprendía a uno hasta el límite en que uno deseaba ser comprendido, creía en uno como quisiera creer en sí mismo, y aseguraba que se llevaba la mejor impresion que uno quisiera producir.

Francis Scott Fitzgerald

domingo, 13 de febrero de 2011

El lobo estepario

¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto? Un lobo estepario perdido entre vosotros, sintiendo nostalgia por un hogar del que carezco, con el vehemente afan de dotar de un nuevo sentido a la vida del hombre que ha perdido el que tenía.
¿Cómo había venido esto tan lenta y solapadamente sobre mí, esta paralización, este cerrazón de todos los sentimientos, este maligno y profundo fastidio, este infierno miserable de la falta de corazón y de la desesperanza? Tan pronto estaba yo en el cielo como en el infierno, la mayoría de las veces en los dos sitios a un tiempo.
Decidí infundirme algo de valor y de humor bebiendo, pero esta vez tampoco el vino me hacía bien. En otras ocasiones bastaba el narcótico primitivo de una botella de vino de la tierra para poder irme por una noche más a mi cama solitaria y para poder aguantar la vida por otro día más. 



Y entonces volví a reconocer a la casualidad como mi destino.
Pobre hombre. Mira sus ojos. No sabe reír. Esperando lo suyo de la suerte y del buen tiempo. El mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más. Por lo general, los animales son tristes. Y cuando un hombre está muy triste porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida entera y está justamente triste, entonces se parece siempre un poco a un animal; entonces tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más hermoso. Me necesitas para aprender a bailar, para aprender a reír, para aprender a vivir.

Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de mí mismo y de mi vida. ¿Acaso no habría sido auténtico nunca, ni habría estado vivo jamás? Una vida fácil, un fácil amor, una muerte fácil, no eran cosas para mí. Meditar una hora, entrar un rato dentro de mí e inquerir hasta que punto tiene uno parte y es corresponsable en el desorden y la maldad del mundo, mira, eso no lo quiere nadie. Y era precisamente lo que yo hacía.

Pero, del mismo modo que los hechos aparentes, también pertenece a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad. Somos soñadores, desengañados,... somos personas que esperan llegar a ser amigos.

Era un lobo estepario que necesitaba despertar a la vida; y ahora dejaba vivir y crecer a este otro trozo de mi persona, libre de todas las otras figuras de mi yo, no turbado por el pensador, no martirizado por el lobo estepario, sin cohibir por el poeta, por el soñador, por el moralista. Había desperdiciado y evitado casi todas las ocasiones, había pasado por encima de ellas, para aullar luego solo en la noche tristísima, triste y receloso.


Sin embargo, tenía el propósito de recorrer una y muchas veces más el infierno de mi interior.

Hermann Hesse