lunes, 14 de febrero de 2011

El gran Gatsby

 Había pasado, visiblemente, por dos estados, y entraba ahora en un tercero. Tras la confusion e irrazonado gozo, me sentía consumido de admirativa placidez ante la amada presencia. Alimenté este sueño durante tanto tiempo, soñé tanto en ella, esperando con los dientes apretados, por así decirlo, bajo un inconcebible grado de intensidad... Al reaccionar ahora, corría como un reloj con demasiada cuerda. Pero soy lento en el pensar, estoy lleno de normas interiores que actúan como frenos sobre mis deseos.



Treinta años... Promesa de una década de soledad, una lista más reducida de amigos solteros, una cartera cada vez más delgada, indicios de calvicie... Su pálido rostro se apoyó perezosamente sobre mi hombro, y el formidable tañido de los 30 años se apagó a la tranquilizadora presión de su mano. Comprendía a uno hasta el límite en que uno deseaba ser comprendido, creía en uno como quisiera creer en sí mismo, y aseguraba que se llevaba la mejor impresion que uno quisiera producir.

Francis Scott Fitzgerald

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