Aquellos fantasmas me hacían
sudar en la cama, aunque apenas me inquietaban durante el día. Se me ocurrían las ideas más
maravillosas y encantadoras para mi triste libro. Además, siempre me llegaban a
primera hora de la noche, cuando aún no me había dormido del todo. Pero en
cuanto me levantaba de la cama, desaparecían y echaban a volar como pájaros
asustados. Retazos inconexos que depositaba en mi cuaderno rojo.
¿Os habéis dado cuenta de la forma de contar un cuento? Primero, yo se lo cuento a él, luego él me
lo cuenta a mí; nuestra manera de entenderlo es muy distinta. Luego se lo
vuelvo a contar, pero con sus añadidos, y luego él hace lo mismo, hasta que
llega un momento en que no se sabe si el cuento es mío o suyo. Esa era mi manera de escribir. Cuentos sin moraleja.
Como aquel pensamiento… y pensarlo ya es tan bueno como
tenerlo.
"Ojos que me miran y dicen jamás,
nariz que me dice ¿por qué no? Y una boca que me confiesa: si pudieras…"
Ya he hecho un viaje
demasiado rápido desde los pensamientos efímeros a la inquietud. Puede que estos recuerdos solo
sean un viejo truco.
Es posible que yo me hiciera
demasiadas preguntas. Quizá por esa razón la perdí. Se cansó de mí en cuanto me
llegó a conocer bien. Les pasa a todas, ¿sabéis? Debí de tener una infancia muy
solitaria por mi ignorancia en cuestiones amorosas.
El caso es que con el tiempo algunos hombres
aprendemos humildad; y yo he acumulado en mi interior un enorme deseo de
afecto y no tengo a nadie a quién ofrecérselo. Me han rechazado, como un saco de cartas de amor
que te devuelven sin tener ningún regazo donde arrojarlas. Las escribí para otra mujer, y, sin embargo, espero que encuentres en ellas algo acerca de tí.
James Matthew Barrie