I
Eso fue lo que me enamoró de él:
que además de las palabras, maneja los silencios. Hay hombres que hablan
genial, conozco a muchos. Pero casi ninguno sabe callarse. La mayoría de mis
amigas identifica al tipo duro con el tipo silencioso. Me parece un
malentendido cinematográfico. Las peores rudezas masculinas que he presenciado
han sido insoportablemente verbales. En voz bien alta.
Él sólo me mira y, de vez en cuando,
esboza una sonrisa. Diría incluso que hay cierto amor en ese silencio suyo. Porque hacerse compañía no consiste en
presenciar grandes momentos. La verdadera compañía es lo otro. Compartir un
sincero no hacer nada.
Lo irresistible es su convicción.
Que me empuja a ignorar mis propios defectos. Eso es fundamental en la cama con
un hombre. No lo que yo vea en su cuerpo: lo que él logre que yo vea en el mío.
Con él me adoro.
II
Quizá sin darnos cuenta, vamos
buscando los libros que necesitamos leer. O los propios libros, que son
seres inteligentes, detectan a sus lectores y se hacen notar. En el fondo todo
libro es el I Ching. Vas, lo abres y
ahí está, ahí estás.
Historias, historias, historias.
Refugios, desvíos, atajos. Mis nervios se calman con la
lectura. Falso. No se calman: cambian de dirección.
Siempre he creído que los libros,
todos, hablaban de mi vida. Cuando un libro me dice lo que yo
quería decir, siento el derecho a apropiarme de sus palabras, como si alguna
vez hubieran sido mías y estuviera recuperándolas. La más simple
estudiante, cuando se enamora, tiene a Shakespeare o a Keats para hablar por
ella... digamos Garcilaso, Bécquer, Neruda,…
III
Existen dos tipos de
alienación: la del trabajador explotado y la del trabajador de vacaciones. El
primero no puede pensar, le falta tiempo. El segundo sólo puede pensar, y esa
es su condena.
Yo no paro de pensar ni siquiera
dormida. Mi estado habitual es esta mezcla
de falta de descanso e incapacidad para descansar. Así que escribo. Busco responsabilidades porque no
puedo hacerme responsable de mí. Hacer para no pensar, para no
pensar qué hacer.
Andrés Neuman