lunes, 11 de julio de 2011

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo

Si no tienes nada que hacer, los pensamientos te van llevando cada vez más lejos. Te llevan tan lejos, que llega un punto en que ya no puedes seguirlos: ¿Qué demonios quería? ¿Adónde quería ir? O, ¿adónde no quería ir? Nada consume tanto a una persona como los esfuerzos innecesarios y absurdos.

Tenía la impresión de que necesitaba tiempo para pensar. No te lo puedo decir, ni yo mismo lo sé bien. Cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, ¿sabes qué pasa? Que acaba por no saber incluso lo que quiere. Pero, que no supiese qué es lo que quería hacer no quiere decir que no quisiera hacer nada. Tenía treinta años, había hecho un parón en mi vida y no podía precisar la idea. No podía convertirme en otra persona, ni quería hacerlo. No sé explicarlo con exactitud, pero es una especie de cuestión de prioridades en la vida.



Sintiéndome cada vez más solo, más desorientado, más impotente. El problema era que nadie me necesitaba. Pero, pese a estar solo, no era infeliz. Podía aferrarme a mi persona. Al menos, en ese momento me tenía a mí mismo. Pero nadie lo comprende. No debo explicarme bien, pero es que los demás tampoco me escuchan. Fingen hacerlo, pero no escuchan de verdad. Por eso, a veces, me impaciento muchísimo y acabo haciendo cosas sin ton ni son.

Así que me decidí a esperar. Esperar no es fácil. Es mucho más duro de lo que imaginas. Quedarte solo con los problemas medio resueltos, sin saber si llegarás a alguna parte. Esperando. Lo que me gustaría hacer, en realidad, si pudiera, es dejarlo todo e irme… sabía que debía marcharse lo antes posible. Empecé a pensar, que en algún lugar debía de haber un mundo y un modo de vida adecuados para mí.

Ojalá pudiera dejar de pensar, de desear cualquier cosa…de reflexionar.

¡Por favor, no me hagas soñar! Aunque sólo sea hoy, permite que mi sueño sea sólo un vacío.

Haruki Murakami

No hay comentarios:

Publicar un comentario