martes, 6 de septiembre de 2011

Kafka en la orilla

Sus verdaderos sentimientos, si es que los tenía, no los mostraba jamás. Hablaba poco, solía dejar hablar a su interlocutor. Y, cuando decía algo, no soltaba más que una frase.  No estaba acostumbrado a abrirle su corazón o a explicarle sus sentimientos a nadie. Porque, ya se sabe: cuesta mucho decir las cosas que importan de veras. Y también es difícil distinguir la realidad de los sentimientos.

Estaba acostumbrado a la soledad. Es difícil juzgarse a uno mismo, pero tenía claro que una cosa es ser tonto, y algo muy distinto, estar loco. No se trata de ser inteligente o no. Él no lo era demasiado. Sólo que tenía sus propias ideas. Porque, ¿sabes?, si intentas pensar por ti mismo, te quedas solo.

No era fuerte, ni tampoco independiente. Sólo que la realidad le había empujado, a la fuerza, hacia delante. Tampoco había tenido amigos durante muchísimo tiempo. Aparte de los recuerdos. Pero los recuerdos nunca sabes hasta cuándo vas a tenerlos, y tampoco, ya de por sí, lo sólidos que son.

Pero, ¿por qué era así? Son las cualidades, no los defectos, las que arrastran al hombre a la tragedia.

Con niños que tienen talento y, justamente porque lo tienen, los adultos que los rodean les van poniendo el listón cada vez más alto. Y suele pasar que esos niños, agobiados por los problemas reales que les planten, vayan perdiendo regularmente el entusiasmo y la alegría lógicos ante la meta superada. Los niños que se encuentran en esos ámbitos pronto acaban encerrándose en sí mismos, escondiendo sus emociones genuinas. Y hace falta mucho tiempo y esfuerzo par lograr abrir de nuevos sus corazones. La mente de los niños es muy maleable y se puede moldear de muchas maneras. Pero una vez que se ha moldeado y endurecido cuesta mucho volver atrás. En la mayoría de los casos es imposible.

Podría decirse que su vida se detuvo a los veinte años, quizá mucho antes. Las agujas del reloj sepultado dentro de su alma se detuvieron justo alrededor de aquel punto. Por supuesto, el tiempo fuera de su alma ha seguido su marcha. Y es que en la vida de los hombres hay un punto a partir del cual ya no podemos retroceder. Y, en algunos casos, existe otro a partir del cual ya no podemos seguir avanzando. Y, cuando llegamos a ese punto, para bien o para mal, lo único que podemos hacer es callarnos y aceptarlo. Y seguir viviendo de esta  forma.


Con el tiempo, el hecho de escribir había sido importante. Aunque para él, lo que había escrito, como resultado, no tuviera ningún sentido. En cuanto la historia se complicaba un poco, iba y ponía pies en polvorosa. Nunca consiguió llevar nada hasta el final. Ése fue su problema. Y nadie quiere leer un libro que no tenga conclusión, ¿verdad?

Sin embargo, hay obras que poseen cierto tipo de imperfección que cautiva el corazón de las personas justamente por eso, por ser imperfectas. Bueno, como mínimo el corazón de cierto tipo de personas. Y eso se debe a que esa obra posee un poder de atracción del que carecen otras obras perfectas.



Tú has descubierto esa obra. O, dicho de otra manera, esa obra te ha descubierto a ti.

Al final, todo pasó de largo como una exhalación, sin dejar nada atrás. Sólo las cicatrices de las cosas que  habías despreciado o echado a perder. Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando esto en forma de recuerdos.

Y sin embargo, no se han disipado ni tu miedo ni tu ira ni tu inseguridad. Siguen dentro de ti, torturando sin cesar tu corazón. Estás perdido en el laberinto del tiempo. Y el problema más grave es que tú no tienes ganas en absoluto de encontrar la salida.


Haruki Murakami

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